Disfruta el sabor de las especias con un grupo de colombianos que está cambiando la forma de acercarnos a la naturaleza, a través de una invitación a buscar la propia conexión y disfrutar de la cocina con alegría y orgullo.

Hace 6 años, cuando visitaba el Municipio de Orito, en el Departamento de Putumayo, conocí a María. Era una mujer campesina, cultivaba la tierra con sus manos y nutría a todos los seres que allí habitaban. Su recuerdo ha ido evaporándose con el tiempo. Fue luz en mi camino. No recuerdo los detalles de su rostro, sólo el sonido de su risa. Sin embargo, hay dos enseñanzas que quedaron grabadas en mi memoria.
Una de ellas la conexión profunda que tenía con el territorio que habitaba, selva amazónica, paraíso encantado, fuente de vida, en riesgo por la riqueza de su propia naturaleza. En un momento de intimidad, ante la atención plena, vi como su cuerpo echaba raíces de su propio ser. Recuerdo que pensé: “Parece que fuera parte del paisaje”. Me reí.
El siguiente pensamiento fue inolvidable: “Ahora me va a invitar a un abrazo grupal con los árboles”.
María llevaba años viviendo en Orito. Había sido víctima del conflicto armado. Pero su conexión con el territorio que abandonó nunca desapareció, ni se cristalizó, pese al dolor que sufrió. Se levantaba temprano, hablaba con las plantas, acariciaba a los animales y recorría descalza la selva que había abandonado años atrás.
“Recuerdo ese día con asombro. Fue ver la danza de la vida, el soplo de Dios en movimiento, la esperanza renacida, y entender que yo era parte del baile”. Confesé a mi padre de regreso a Bogotá.
La segunda enseñanza fue impactante. Un instante, un asombro mientras salíamos de la selva. El cansancio comenzaba a diluirse, lentamente, mientras caminaba. Llevábamos seis horas caminando y a lo lejos ví una casa en ruinas, creía que era una parada, un puesto para recargar energía. De repente, escuché a María al frente. Una sensación de alivio inundó sus palabras. María empezó a señalar la casa, mientras yo, con una sonrisa en mi cara, me acercaba para escucharla. María me miró con asombro. Cuando nos encontramos, empezó: “Eso era una “cocina” de coca. Ahora, sólo son ruinas.” Seguimos caminando.
Durante los días siguientes viví un asombro profundo. Aprecié todos los colores de la realidad. Sentí esperanza. Nació un símbolo de redención y regeneración: La metamorfosis de la cocina. La confrontación con la causa me había devuelto la esperanza. “Incluso los lugares más oscuros pueden encontrar la luz a través de la conexión con la tierra que los sustenta”, escribí después.
Llegamos a Bogotá días más tarde. Lo que inició cómo una expedición por la selva de Putumayo, se convirtió en el inicio de GËA Especias, un viaje de conexión y resiliencia.
En GËA Especias, la sostenibilidad es nuestra guía y la ausencia de aditivos y químicos en nuestros productos es un sello de compromiso con la salud y el bienestar. Pero hay algo más importante para nosotros: Que el mayor número posible de personas cocinen para sí mismas con alegría y orgullo. Nuestro sueño es que cada plato preparado con GËA Especias sea una expresión de amor y cuidado hacia los consumidores y hacia la naturaleza que nos rodea.
¡Bienvenido a GËA Especias, donde el sabor y la alegría se entrelazan en cada bocado!
Este texto está dedicado a mi padre y a María, luces que irradian mi vida y me inspiraron hacia una comprensión más profunda de mi ser y mi conexión con la naturaleza.